14 agosto

   Semanas llenas de libros de cuentos subsidiados editorial Tierra Adentro. Comidas corridas entre páginas de periódicos universales. Días laborales devorando frapuccinos doble carga en los cafés. Así los días.

Así el día de ayer Luis esperó todo el día su mensaje. Se presentó tarde, vibró su celular. Se imaginó cómo sería verla de nuevo. Si vendría acompañada. Terminó de sorber los últimos residuos de su mate. Ella llegó sola, como era de esperarse. Mejor dicho, justo como esperaba; pantalones bien justos, entalladísimos, un vientre apenas protuberante pero que él consideraba sexy, pelo recogido. Recogido.

   Charla casual. Platicaron un rato de nada. El a veces se distraía y le miraba las piernas, no era que lo hiciera a propósito, no se le resistía, no le era posible resistirse. Ella volteaba, hacía como que veía cosas por la ventana, dejaba escapar una tímida sonrisa, la escondía volteando su cabeza hacia el clóset. Entonces regresaba la mirada, como para comprobar si él había caído en la trampa de mirarle otra vez las piernas, subiendo hasta su torso, deteniéndose largo rato en su trasero. Así fue, pero él se desentendió, parpadeó 3 veces mientras miraba rápidamente hacia otro lado, cambiando de tema. Ella dejó escapar otra sonrisa, esta vez mucho más cínica, echando la cabeza nuevamente hacia adelante y estirando las piernas se agachó para abrir el último cajón del clóset, ese que le quedaba casi a la altura de sus pies. Luis, que se encontraba sentado en el borde de la cama tuvo esa sensación de que lo correcto sería echarse literalmente dos pasos hacia atrás... pero la tenía demasiado cerca. Casi podía olerla. Sí, la olía. Ella le preguntó muy indiferente: ¿Qué piensas? Él no pudo contestarle nada, solo pensaba en acercarse despacio, hasta darle un beso en las ... Sólo alcanzó a decirle un improvisado y rápido "Hueles rico" a lo que ella contestó muy seria: "¿A qué?".

   Todo pasó muy rápido, la cama hacía ruido mientras se mecían. Y ella no sabía si era su culpa que entraba y salía y la hacía estremecerse mientras intentaba guardar silencio. Era la suma de culpabilidades. Ella alcanzó a decirle que se sentía mal consigo misma. Él dijo que la peor de todas las traiciones era traicionarse a sí mismo, tomándola de la cintura y penetrándola con más fuerza, como si fuera a explotar dentro de ella. Así fue. Ella se sintió empapada, escurría, quería limpiarse... pero no, no tenía prisa de limpiarse. Quería quedarse así, batida un rato más mientras pensaba que él se equivocaba, que la peor de todas las traiciones era no perdonar. No perdonar ese daño a terceros, implicados en las letras pequeñas del contrato nunca firmado en la relación con su novio ausente. Era eso y que sabía que no tomaba antinconceptivos hacía 6 meses.

   Luis Nahdalgo terminó su mate, terminó de escribir, apagó la computadora y se levantó de la cama.

Remedios Varo

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