28 octubre

   No importa cuántas veces lo piense porque irremediablemente se termina por donde se empieza. Tampoco hace mucha diferencia cómo se piense.

   Y se encontró caminando sobre la misma vieja esfera. De alguna manera Luis nunca supo cómo se llevó a cabo ese cambio, porque para él no existían cuerpos... mentes nadamás. Nada más. Se le ocurrió la vieja anécdota de la rana que se cocina lenta y seguramente en la olla que se calienta a una temperatura uniformemente incrementada. Así. Algo había cambiado, como cuando se cocina un huevo. Ese huevo que no puede nunca más volver al cascarón. Ese huevo que era traslúcido ahora blanco. Esas propiedades químicas alteradas para siempre. Y pensó en Akira, aquél perro husky. Y recordó los meses de batalla en San Cristóbal. Y recordó su ausencia cuando se accidentó, lo que hubiera dado por que ella lo llevara de paseo al parque en su silla de ruedas, quizá escuchar uno de sus cuentos favoritos de su propia voz. Y recordó quemar su foto en ese parque. Ver su propio reflejo en el vidrio sucio. Pensó que en realidad le hubiera gustado compartirse más con alguien que tuviera el tiempo de compartirse. Pero Catia no estaba. Pretender salir con ella era como andar con un fantasma. Si lo operaban ella estaba quizá en Alaska. Y en su cumpleaños probablemente en Las Vegas. El caso era siempre la ausencia. Y ella tenía su lugar, un buen lugar. Él no. Él nunca tiene un lugar. Él nunca tiene un lugar en ningún lado. Pensó en Gaby. Y recordó que antes quería hacerle locamente el amor a sus textos. Quizá, cuando también ella lo deseaba. Cuando su vida todavía la regían esas sencillas reglas que procuran la supervivencia de la especie, ella era suya. Ella con las nalgas firmes y piernas fuertes. Él sin la panza de oso cavernario y todo lo demás. Como antes. Como antes de todo. Ahora ella no es ella. Él tampoco es él. Tampoco es ya nada. Ni él sabe si en verdad pasó, porque así es. Y cuando le escribió a K un año nuevo desde Querétaro despidiéndose y diciendo que el mundo sigue girando como lo ha hecho siempre, sobre su órbita precisa... y más aún: que los individuos mejor adaptados seguirán transmitiendo sus características a su descendencia.

   Cuando conoció a K, Luis le dijo que ya la conocía. Que en su vida pasada ella se llamaba Catia, que había tenido las nalgas firmes y las piernas fuertes y que él había querido hacerle el amor a sus textos. Es así. En realidad no importa, Luis ahora es una estadística. Es un número. Es un dato archivado, se le coloca en un cajón... aunque no bajo llave, no es peligroso, es un pinche bicho inocuo. Podríamos prenderle fuego o usarlo como combustible para iniciar alguna ignición. Eso. Olvidar el anagrama en el nombre del perro husky, olvidar que K quería poner un hostal en Chiapas, olvidar que Luis esperó dos meses allá solo, olvidar la silla de ruedas, olvidar el reflejo en el espejo que siempre miente, olvidarlo todo porque la lista no termina nunca, soltar la pluma, dejar de escribirla, dejar de encargar pendientes que se saben de antemano que nunca se cumplirán. Es importante no olvidar...olvidarlo todo.

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