noviembre 28

   Escoger una pinche gran televisión, como ese tristemente célebre personaje que luego irónicamente se convierte en jedi, el Renton. Despertar todo un Rentón treintón, barba de tres días... y todas las cosas que no saben a nada. Escoger una de esas televisiones grandes, como la de mi amiga en la que la semana pasada quemó veinte grandes. Una pantalla capaz de generar cualquier contenido en tres de. Par de lentes incluídos. Bienvenido al siglo veintiuno, o a la quinta dimensión, es lo mismo. Y luego como que me pregunto si en realidad seré tan poco confiable como me dicen por ahí, antes y después. Impredecible. Y me miro en el espejo y hasta creo que sigo siendo el mismo y puedo predecir mis gestos. Quizá no. Luego hasta me platican que existe un manual para explorar la jungla. Qué risa. Nada como la gente en el vagón. Pero volteo y veo sólo el mapa de las rutas del metro mientras pienso que esa es una historia que he escuchado miles de veces. Pinche disco rayado, ¿no? El mismo viejo discurso tan repetido, generación en generación. Nuevas bocas repitiendo las mismas necedades. Same sheet different day. Huelga de hambre. Y me recuerda hasta la letra de una canción. En realidad lo único que sí es un pecado es dejar de ser lo que uno es. La mera verdad. No quiero saber de facturas incobrables.


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