febrero 23

   El otro día me encontré a Rubén. A veces comemos juntos. Le pregunté por qué no podía ver a las mujeres como personas, justo cuando se llevaba el bocado a la boca. Mi pregunta lo hizo reír.
-Paco -me dijo- Cuando iba en la primaria las niñas querían con los de secundaria y no me volteaban a ver. Cuando iba en la secundaria, ellas ya andaban con los de prepa. Y cuando iba en prepa, las cabronas querían con los pinches diputados.
   Yo tomaba agua y lo observaba.
-¿Oye, pues en qué escuela ibas? -Le dije un tanto en broma -¿Qué no hubo fiestas en tu adolescencia? -Insistí
-Claro que las hubo y vaya si había viejas. Viejas buenas.
-¿Entonces?
-Siempre acababan bailando o alguien más se las llevaba o algo pasaba.
   Sentí un poco de pena. No se si propia o ajena. Ambas. Rubén partió el pan a la mitad y lo remojó en la sopa. Apenas sentí la pena venir la abandoné en el instante en que miró a otra muchacha atravesar la calle. Rubén me contó, cuando fuimos al table, que la última vez que trató a una mujer como persona la cabrona le dijo que se casaría en un mes. Y la vez anterior a esa descubrió que la vieja con que salía nunca paró de acostarse con su ex. Rubén no me cae mal. No es mal tipo. Es solo que es raro. Me contaba eso, luego lo vi pagar su privado y regresar como más ligero. Trataba de animarme a que lo intentara. ¿Había realmente algo que pensar? Perderse en un culo o perderse en la ciudad. ¿Neta necesitas pensarlo?

   Pero en el tren se anunció la llegada a la siguiente estación y yo disipé su recuerdo. La verdad es que una vez me lo encontré en el metro, lo vi de lejos. Era un poco más tarde de lo normal. Lo noté entre la gente porque estaba peleando. No se qué pasó, solo lo escuché gritar y jalonearse, después tres tipos lo pateaban en el suelo. Él solo se cubría. Aunque parezca increíble al tipo no le pasó nada. Se levantó algo puerco pero enterito. Nunca le dije que lo vi ese día. Te digo que es raro.

   En fin, otras veces lo he visto absorto en la ventana del tren subterráneo, primero pensaba que iba distraído mirando hacia afuera, pero en la línea subterránea no hay paisaje, no hay nada hacia donde mirar. Luego descubrí que más bien finge mirar fuera para esconder su cara, a veces siente como le llegan de la nada, unas ganas incontrolables de llorar. El otro día lo supe porque estaba en el baño de la oficina y lo noté. Salió del excusado sin haberle jalado y con los ojos hinchados. La verdad me dio pena preguntar, solo me lavé las manos y salí deprisa.

   Hoy me regresé con él de la oficina. Y tomé un camino nuevo a casa, pero me perdí atravesando la ciudad. Estábamos sobre Ermita mientras me platicaba cuánto había trabajado para salir de esa ciudad. Todo estaba en obra, habían muchos camiones, algunas patrullas, gente sucia, calle sucia, gente pobre. Yo tenía miedo de que alguien rompiera el vidrio y me asaltara. Rubén me seguía contando, ahora me platicaba de lo mucho que odiaba a su familia, de sus ganas de vivir en el extranjero, de sus sueños rotos. Yo apagué el radio para prestarle mas atención. Casi no puedo mirarlo a los ojos, es doloroso, es como si al hacerlo pudiera sentir mi propio dolor. Es difícil de explicar. Es muy difícil. Tanto como mirarlo. Y cuando eso pasa, se que uno de estos días voy a tener que tomar la decisión de ponerlo a dormir.


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