marzo 6

   Su invitación se dirigía a sí mismo con el prefijo que suele anteceder a los ingenieros. No le sorprendió, a decir verdad le era indiferente. La fecha llegó mas pronto de lo planeado, demasiado. La última vez que se apareció en ese pueblo acababa de cumplir diecisiete años, el tren con dirección a Chihuahua todavía pasaba por ahí. Lo recuerda porque precisamente iba con Felipe en ese tren. Lo recuerda porque fue la primera y última vez que tomó pulque. Lo recuerda también porque puso una moneda de un peso debajo de las ruedas y esperó a que el tren lo aplastara.

   Esa noche ahí fue la primera gran pacheca juntos y con la libertad de estar a kilómetros de casa. ¡Cómo había cambiado ese pueblo! Contemplaba la pared blanca mientras se pasaba la mano por la barba de una semana. Cómo había cambiado su cuerpo. Todo lo demás seguía igual. Y pensaba en los momentos del día. En su compañero. En aquél personaje del que tanto había aprendido. Y recordaba la primera vez que fumaron un cigarro juntos, en primaria, a escondidas detrás de su colonia. Y recordó cuando Felipe le enseñó a tejer pulseras con hilo vela amarrándolas a la cortina de su cuarto. Ahí estaba él, en una ceremonia tan solemne. El mismo que en las fiestas de primaria discutía con todos porque las cosas debían ser como él decía, la mayoría del tiempo tenía razón. El mismo con quien años después compartió las primeras pedas, escuchando a Soda, Robert Smith, Thom Yorke, Adam Duritz. Nunca se imaginó regresar a ese pueblo, catorce años después, con la impresión de haber estado ahí ayer y de alguna manera sintiéndose tan parecido. Son uno de esos lugares que nunca pensó agendar y que no tenía pensado visitar.

   Pensándolo bien, con esta última vez, solo había estado ahí dos veces en su vida. Y sí que ha sido una vida larga. Se vive y se vive dice Gustavo. Y Ana insiste en que tiene miedo de envejecer en la nieve. Yo pienso que no es tanto eso, sino el día a día lo que agota. Como la semana pasada en que observaba unas plantas tan bonitas al otro lado de la acera. Y cuando me acerqué a tocarlas pude arrancar con facilidad una parte del armado. Eran plantas de plástico. No se exactamente que sentí. Creo que nada. Plantas de plástico. Suena a canción. Pero es verdad, esas plantas no eran de verdad, solo parecían y sabían como la cosa real. Y eso,en realidad eso, cansa.

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