diciembre 25

A Norma Lazo,
diciembre 2011


   Presionó la tecla del piso veintisiete en el elevador. Una vez en la habitación corrió la persiana y pudo observar las luces citadinas, tomó dos copas que encontró cerca del televisor como si lo hubieran estado esperando. Así, mientras ella estaba todavía en el baño se apresuró a abrir el Valdubón que tanto tiempo llevaba en su sala.

   Ella salió. Se la imaginó vestida de santa clós. Tomó su copa y le daba pequeños sorbos, a veces reía. Él todavía estaba perdido entre tamborazos y repeticiones interminables del mismo compás. Mientras miraba por la ventana él le preguntó cómo se sentía. Ella dijo que sola. Unieron sus soledades o la soledad de quienes han perdido todo. Un avión atravesó el cielo hacia las cuatro de la mañana. Las alturas le daban vértigo. Y ella lo buscaba y lo pretendía con la intensidad que provocan trescientas noches de estar lejos de todo y los años de desearse en secreto. Pero quizá lo que más pesaba era la certeza de que la noche no se repetiría. Por eso cuando terminaron y lo enocontró viendo la ventana le preguntó si estaba triste.

   Pensaba en las navidades pasadas. Pensaba en su manera siempre sigilosa de entrar y salir de la oficina... se fugaba, cual gato. A veces había pensado desaparecer en Noche Buena. Una buena noche. La última Navidad que bebió un vino parecido pensaba que la mejor manera sería organizar una cena navideña, fingir cocinar un pavo y discretamente revisar la temperatura del horno con un encendedor cuando estuviese repleto de gas... la escena le recordaba a su amiga Silvia. Solo que la suya sería una muerte más noble, con propósito, casi un mártir: cocinando el pavo navideño. Como aquél héroe argentino encontrado inerte en su habitación del hotel después de su reunión de Mercosur.

   Al día siguiente retrasó su llegada a la cena navideña a propósito. Pensó varias veces no asistir. No es que odiara las navidades. Era sólo que los años le habían enseñado a no compartir cenas de navidad con tiranos, a leer cuentos de hadas y sobre todas las cosas, a no ser animal. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Tampoco se molestaba en ocultar su indiferencia por tales celebraciones, aunque hubiera preferido quedarse en cama viendo la tele. En el camino a la cena vio un hombre tirado en el pavimento y una patrulla detenida. Sólo miró de reojo. Un aplauso a quien escapa de sus perseguidores y este paracaídas que no abre.

   Una vez en la cena recordó aquél cuento navideño en que el inquilino nuevo de un departamento recibe por equivocación una tarjeta postal dirigida a la anterior arrendataria. Lo único que decía aquélla nota: "Una disculpa por todo lo que anteriormente te hicimos. Ojalá algún día puedas perdonarnos." En la historia, el nuevo inquilino nunca encuentra a la anterior arrendataria, sólo decide reenviar la postal al remitente tras añadirle a la tarjeta: "Ella nunca los perdonará". Alguien más escribió ese cuento. Ese cuento no es suyo. Ese cuento ya existía antes de que estas cosas pasaran.

   Y mientras se disponía a abrir los regalos navideños se sorprendió que uno era un disco de aquél compositor ruso que había estado escuchando en la mañana. Y no pudo evitar sentir un hueco en el estómago cuando vio que el tema era justo el mismo que esa mañana había estado escuchando y que tanto había pensado comprar en la semana. Lo curioso era que el regalo no estaba dirigido a él. Lo curioso era que ese disco terminó en sus manos por casualidad y por azar, en un juego en el que se tiraron muchos dados y algunos regalos circularon y se intercambiaron más de una vez antes de ser abiertos. Se quedó un rato contemplando el disco pensando en aquél columnista que aseveraba que él no creía en dios, que solo hablaba con él. Ese columnista que llegó a la conclusión lógica, desprendida de lo anterior, que en el fondo él mismo es alguien que sí cree en dios... a su manera pues. Miró los focos de Navidad. Claro que él no hablaba con dios. Dios hablaba con él. Al menos eso creía. Era como prender el televisor justo en algún comercial que dijera "Feliz Navidad" y pretender que el mensaje había sido dirigido a él. Comunicación unidireccional. Y recordó a su amigo Chinaski peleando con un maniquí y acusándola de ser una so puta. El yacía sentado contemplando su disco, deseando estar en otra parte. Quizá lo estaba.

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