enero 18

   Luis se refleja en el vidrio traslúcido. No es Luis el que lo mira de regreso. Y todavía recuerda el día en que le preguntó a la mamá de su mejor amigo cómo supo que se casaría con su esposo y ella dejó escapar una risa como pensando´qué preguntas tan raras hace este niño. No debió tener más de ocho años, pero realmente quería saber cómo es que suceden esas cosas. Luis no recuerda la respuesta, básicamente porque no le satisfizo, fue una respusta idiota que alguien dice para salir de un momento incómodo y absurdo y que además no le ayudaba en nada a evaluar mejor a sus posibles candidatas.

   Luis recuerda que las niñas no lo miraban a los ojos en la primaria. Cuando por fin tuvo una novia no duró más de una semana. En la adolescencia, una muy celosa amiga suya se encargó de hacer que fuera rechazado por todas las niñas que le gustaban. Así fue como llegó Luis a la mayoría de edad, acomplejado por su condición de patito feo.

   Un día cachó a una compañera suya chateando con otra amiga. Hablaban de él a sus espaldas. El piensa que no es un juguete. Luis no es nada. Luis es algo. Si, pero en realidad no lo sabe. Luis se siente un juguete. Piensa que no es un muñeco, digo sí está carita, pero a ratos se siente machín y como que hasta le funciona el coco. Luis no es un premio a ser ganado. Luis debe ser algo. Voz en off: Luis no es nada, hombre.

   Años después yo le pregunté a Luis cómo fue que conoció a su esposa. Me contó que ese día regresando de la oficina, después de ver su reflejo, salió del metro pensando en su infancia. Y que salió caminando a la banqueta disipando todos los recuerdos. Fue entonces que sus ojos se encontraron. Dice que la mayoría de las mujeres voltea, baja la mirada, parpadea o mira hacia otro lado. "Y es como si hubiera visto su alma" dice. Yo no se. El caso es, una semana después la reconoció en una fiesta, eso sí es casualidad. Hablaron poco, no intercambiaron teléfonos, no se sonrieron, aceptaron su mutua compañía y en vez de despedirse, se fueron juntos.

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