enero 7

Tulko XIII
 

   Estuve caminando cuesta arriba durante todo el día, aún así no logré llegar a tiempo. Antes de que cayera la noche, me crucé con otro espejismo. Para entonces yo era un hombre demasiado cansado para semejantes utopías, así que decidí ignorarlo. Sólo me recosté. La temperatura había descendido considerablemente. Cerré los ojos. Casi al instante los volví a abrir. Noté enseguida que estaba ya muy entrada la noche y era particularmente estrellada. Creí ver una persona escondiéndose entre las rocas. La seguí por un rato, sin embargo el cansancio se volvió insoportable y tuve que volver a recostarme. Esta vez me despertó un escarabajo pelotero. Vibraba. Me habló en una lengua muy antigua, dijo que sólo cuando no hay luz se pueden ver las estrellas. No me sentí maravillado, quizá algo perplejo. Era, sin duda, otro espejismo. Pero la frase resonó en mi cabeza un par de veces, por lo que me vi forzado a reanudar la caminata y tratar de despejar la mente.

   Algún tiempo después llegué a lo que parecía ser una cueva. Una vez dentro, me hice espacio para pasar la noche cuando el mismo escarabajo apareció. Lo escuché decir algo, pero en la sorpresa tropecé y caí. Sin querer lo aplasté. No era un espejismo, era un insecto pelotudo, crujiente y viscoso. Lo aplasté con la mano y su pesada carga quedó entre mis dedos. Intenté limpiarla contra las paredes de la cueva haciendo movimientos rectos como en zigzag. Es decir, mas o menos. Maldije en voz alta varias veces y finalmente me quedé dormido.

   Desperté todavía de noche balbuceando necedades, luego decidi salír de la cueva y permanecer a la intemperie. Fue ahí donde me encontraron al día siguiente, delirante y casi a punto de morir. Estuve enfermo y guardando reposo durante semanas. Pronto dejé de hablar con las paredes, también dejaron de visitarme los escarabajos.

   Pasaron los años y al evocar aquel día, todos recordaron el alboroto en el pueblo: Aparentemente se había descubierto una nueva pintura en la cueva. Fue un gran revuelo, gente de todo el mundo se daba cita para entrar en la caverna y admirar el arte rupestre. Algunos eruditos incluso llegaron a asegurar que los caracteres pertenecían a un género que su taxonomía lingüística denominaba sánscrito. Por lo demás, nunca me atreví a ver tal pintura, de hecho cuando me repuse, abandoné el pueblo en dirección a la ciudad.

   Supe que había llegado a casa cuando al entrar en una panadería encontré una frase enmarcada que afirmaba la siguiente tautología: "Los sueños, sueños son."


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