diciembre 6

   Moisés Aciago colgó el teléfono sintiéndose todavía nervioso. La señorita del otro lado de la línea le había pedido que le marcara de favor una vez se hubiera instalado en un hotel. Así que se dirigió rumbo a la costera, zona hotelera. En el camino se atravesó con un coche placas 333 alguna otra combinación de letras no tan memorables. Traía su ropa dominguera, se sentía cómodo, algo nervioso. No tuvo problemas en encontrar un lugar. Pidió una habitación. Una vez dentro volvió a marcarle. Después de darle el nombre de donde estaba y el número de habitación colgó. Mientras sacaba de entre sus cosas un libro y una revista sonó el teléfono. Era ella solo para confirmar que estaba donde había dicho.

   Ella se retrasó más de lo indicado, pero era de esperarse con una trabajadora independiente y no una escort profesional. No hubo problemas. El Moi tomaba todo con la misma cara antipática de siempre. Alguien tocó a la puerta. Una mujer madura con voz muy ruidosa y risueña atrevesó la puerta. Moisés tuvo esa sensación de estar haciéndole día a la golfa profesional, que parecía que no le paraba la boca. No parecía haberse metido cois, era una mujer madura francamente contenta de haber entrado a su habitación y con ganas de conversar. El Moi todo lo tomaba como venía. Después de pagar, se quitó la ropa y demás. A la mitad, ella seguía hablando, en algún momento parecía más entrada en la conversación que en otra cosa. Comenzó hablando de su translado, luego de su semana de trabajo, de los clientes que la solicitaban en horario de oficina, en hora de comida entre semana, puro casado muerto de miedo que tuviera una infección. Puro pinche perdedor pensaba el Moi. El Moi. Terminó con la misma apatía con la que había abierto la puerta. La señorita hablaba ahora de su hija y le mostraba encantada una foto al Moi, luego ocupó el baño, se lavó las manos y sin dejar de sonreir salió por la puerta.

   El Moi no era un hombre casado, tampoco tenía hijos. El Moi no es un hombre de familia, no tiene casa. El Moi viaja en metro todos los días. El Moi toma asiento en la habitación de un hotel mientras piensa que lo que necesita era una monita, aspirarla bien hondo y profundo. Eso y un viaje en paracaídas. Pero uno de verdad, no uno metafórico. Moisés no salva a nadie del diluvio porque el diluvio es él mismo y lo agreden las placas triple tres porque es el mismísimo demonio y sabe que lo trae dentro. Porque cuando alguna persona le pregunta si trae alguna foto de sus familiares finje una mueca y pretende haberla perdido recientemente, plenamente consciente de que nunca ha cargado con una. El mundo se dividía en mujeres de la pinche vida alegre que realmente eran alegres y él. Gente contenta y él. No hay más divisiones, profesiones, clases sociales... gente contenta y él. El fin de la historia. Moisés es un Tláloc contemporáneo, es más que un rey de la lluvia. Es la lluvia misma. Lluvia dorada. Lluvia adorada. Ese día no pinche llovió nada. Ese día el Moi no pensó más en ese pequeño incidente, como nunca pensaba en nada. A veces tenía esa sensación de que las cosas le pasaban a otra persona. Regresó a la calle hablando consigo mismo, pero con ese otro alguien. El Moi oye voces en su cabeza. El Moi a veces no puede callarlas. El Moi se fue a dormir sin pensar en nada profundamente convencido de habérselo imaginado todo. Ah pinche Moi.

1 comentario:

Amanda dijo...

Excelente relato amigo, y se ve que aquella señora madura no logró causar ningún impacto en ti...la verdad te recomiendo que te des una vuelta con las escorts en Coruña que son una verdadera locura, verdaderas profesionales que saben hacer su trabajo al 100 y con menos charla que rompa el momento. Un saludo y esperamos nuevas anécdotas!

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